viernes, 5 de febrero de 2010





Nadie puede servir a dos patrones: necesariamente odiará a uno y amará al otro, o bien cuidará al primero y despreciará al otro. Ustedes no pueden servir al mismo tiempo a Dios y al dinero.” (Mt 6, 24).

Son muchos los detalles que hacen santo a Francisco; y creo que su ejemplo más necesario en la actualidad es su vida desposado con la señora Pobreza.

Siendo, Francisco, un joven de vida mundana, hijo de burgués de grandes riquezas; buscaba la posibilidad de acceder a la nobleza –palabras del Santo Padre Benedicto XVI.- Creyó encontrar la posibilidad de ser un gran príncipe cuando el conde de Lecce Gentil de la Paleara buscó refuerzos en el valle de Espoleto.

Preparándose para la batalla Francisco escucha una voz que le preguntó: “¿A quién preferirías servir, al Señor o al siervo?” Sin dudar Francisco respondió que al Señor y la voz le dijo: “Entonces, ¿por qué te empeñas en servir al siervo?”

* * *

Un hombre joven se le acercó [a Jesús] y le dijo: Maestro, ¿qué debo hacer para conseguir la vida eterna?” (Mt 19, 16). “Jesús le dijo: Si quieres ser perfecto, vende todo lo que posees y reparte el dinero entre los pobres, para que tengas un tesoro en el Cielo. Después ven y sígueme.

Cuando el joven oyó esta respuesta, se marchó triste, porque era un gran terrateniente” (Mt 19, 21-22).

Cerca de mil doscientos años después que Jesús dijo estas palabras, resonaron en el corazón de una persona. Si aquél joven hubiese seguido a Cristo, hoy sería hoy recordado de igual forma que San Francisco de Asís.

Cuando me toca elegir mi futuro, ¿cuáles son las razones que me mueven? Lamentablemente, muchas veces, se deja a Dios de lado suponiendo que Él no tiene nada que ver en tal decisión y finalmente se opta por razones de orden económica o por honor u otras razones que me atan al mundo y me alejan de Él.

Francisco aprendió a poner en el centro de su vida a Dios. Aprendió a vivir su vida por y para Dios de acuerdo a lo que decía el evangelio. Y hoy al verlo, no vemos ya a ese hombrecillo pobre, sino que vemos a un noble, ¡a un príncipe!, pero no de un rey temporal, sino del Rey eterno; pues Jesús mismo lo nombró como heredero del Reino de los Cielos en la primera bienaventuranza (Mt 5, 3).

Francisco llenó su vida de riquezas, pero no de esas que fenecen, sino de las que perduran por siempre. Francisco prefirió guardar un gran tesoro en el Cielo (Mt 6, 19-20), con riquezas que cuidó celosamente en la tierra. –Pobreza, obediencia y castidad.-

Es en estas riquezas donde debería orientar mi atención. Poner en la providencia de Dios mi porvenir y no en la providencia del dinero. No elegir mi conveniencia, sino pensar dónde puedo servir de mejor forma a Dios. Vivir por Dios y para Dios.

La pobreza no es tan solo una manera radical de vida, sino una virtud que da libertad para seguir a nuestro Señor. Es también una actitud ambiciosa de desprenderse de todo para obtenerlo todo en el Reino de los Cielos; es una actitud ambiciosa, pero no de esa ambición que genera odio, pretensiones, discriminaciones, envidia y otras; es esa ambición que concibe amistad, paz, libertad y lo más importante: Amor, es decir, es una ambición que concibe a Dios; a Dios en nuestras vidas, a Dios en las vidas de quienes nos rodean y en la vida de quienes nos miran.

La vida de San Francisco de Asís, fue una invitación. Más que para seguirle a él, fue una invitación para seguir a Dios.